NATTY DREAD

Superheroína internacional

martes, junio 14, 2005

¡Venganza!

¡Ya estuvo bueno! ¡Primero hacen que ponga unos Raidoles que dejaron una peste insoportable en mi casa! ¡Y ahora han vuelto! ¡Hijos de perra!
Ustedes lo saben, fans adorados: sufro de insomnio. Me veo al espejo todos los días y parezco panda, con mis ojeras. Por motivo tal, siempre duermo con tapones para los oídos y un antifaz, igualita que Don Gato.
Y hoy, ¡HOY! por fin llegué temprano a casa, lavé en chinga mis trastes y no había nada en la tele que me hiciera permanecer despierta; "¡wajuuuu! ¡hoy si me dormiré a las 10!"... ja-ja-ja... pendeja.
El espantoso calor que hay en la Ciudad de Mexico obligóme, como todos los días durante las últimas tres semanas, a dormir desnuda (cubriendo sólo lo esencial, en caso de siniestro), sin cobijas. Empecé mi viaje al subconsciente cuando, de pronto, sentí algo de comezón en mi piernita. "Debe ser por la marca de los calcetines", pensé. Me rasqué lo necesario y continué. Pero la comezón volvió y, no sólo eso, sino que empezó en el dedo gordo de mi pie izquierdo. "Maldición, ya no volveré a usar esos calcetines", ilusamente insistí, mientras satisfacía con mis uñas la picazón. Volví a lo mío pero, a los pocos segundos, la comezón se incrementó. Palpé el área afectada y, ¡Puta madre, sentí la bolita que dejan los pinches moscoooooooooos! Media hora de rascarse. No lo podía creer. Se suponía que ya habían muerto con los Raidoles; o que por lo menos se habían ido por el nauseabundo olor. Pero no, esos malparidos han vuelto.

Mi tranquilidad se esfumó. Me levanté emputadísima y fui por el matamoscas. Quería revancha. El wey que me había hecho esto de seguro estaba reposando, haciendo digestión. Bastardo. Lo sorprendería. No me esperaría. No sabría ni quién lo mandó al otro mundo. Al llegar a la cocina, escuché una discusión fuertísima. Una que aún continúa. Mi vecino, el del 404, el regio buenpedo, se estaba peleando con su mamá y su hermana. Pero a grito pelado. No me había dado cuenta por los tapones para los oídos.

Intenté, por primera vez desde hace muchos meses, dormirme a las diez de la noche. Era la una y media de la madrugada. Yo, sentada, en medio de mi habitación, escuchando los gritos del regio, con mis ojos hinchados, semiabiertos y con ojeras de panda, esperando a que el bastardo aquél se acercara.

Quería venganza. Quería que sintiera mi calor. Que se acercara. Hay quien defendería su sangre y su piel hasta la muerte. Yo no. Yo estaba dispuesta a negociar. Mi sangre y mi piel tienen precio y están al alcance de quien pueda pagarlo. Y esta noche… esta noche, yo estaba en venta. Ese mosquito quería mi piel y mi sangre. Me puse a su disposición. Decidí ser suya. Pero no sería gratis, no. Exhibí mi sangre y mi piel para que ese bastardo me tomara y pagara el precio.

Al fin, mi invitado llegó. La primera reacción mía fue un manoteo, que lo hizo volar a mi alrededor. No lo perdí de vista. Mis ojos nunca fueron tan agudos. Se posó en un lugar oscuro, para camuflarse. El reloj de su vida comenzó la cuenta regresiva. Tomé el matamoscas y me acerqué silenciosamente; él, inmovil. Imbécil. ¿En verdad creía que no lo veía? Lo gocé. Lo planeé. Mi venganza sería lenta. Medí la distancia y la fuerza; el matamoscas hizo contacto de forma tal, que no lo empachurró, sólo lo noqueó.

¡JA JA JA JA JA! ¡Te tengo, hijo de tu puta madre! Sí, lo tomé con mis dedos desnudos y, una por una, tomándome mi tiempo, le arranqué sus patas. Al ver que reaccionaba rápido, tuve que suspender la operación para arrancarle un ala. No se iba a ir así de fácil. Terminé con las patas y mutilé la otra ala. Quedaba el tronquito, retorciéndose. ¡Sí! Después, su piquito. Tenía que ser delicada, pues no quería que mi amigo abandonara tan rápido la fiesta. Le arranqué el pico. Ya no se movía, pero yo sabía que seguía vivo. Lo coloqué en el piso de mi baño. Lo miré por algunos minutos. Este pequeño ser, que, aún sin mi intervención no habría vivido más de siete días, hizo que me volviera a desvelar. Y mañana será otro más en mi agotamiento crónico. Gracias a este pedazo de nada. "Por qué hiciste que te matara."

El matamoscas, con toda la fuerza de mi brazo, terminó con la vida del mosquito. Ahora hay una manchita de sangre en mi baño. De mi sangre. Adiós, mosquito. Adiós, cordura. Gané otra batalla. ¿Cuándo terminará la guerra?

Cuando alguien barra el agua de la azotea. Cuando pague mi mantenimiento, pues ya me atrasé dos meses.




5 Comentarios:

En martes, junio 14, 2005 10:12:00 a.m., Anonymous Anónimo se expresa... ¡aaaasí!

Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja
Pero no kieres comprar de los de enchufe... con tal de no ir a la Comercial en ves de Chedraui....

Sufres por que quieres, mi estimada :D

Te mando un beso.

 
En martes, junio 14, 2005 10:57:00 a.m., Anonymous Anónimo se expresa... ¡aaaasí!

(=_=)
…es que está lejos y yo… con sueño…
Hoy voy, lo juro. (=_=)

Te mando un beso 2. Con bien harta saliva.

 
En miércoles, junio 15, 2005 10:27:00 a.m., Blogger SID se expresa... ¡aaaasí!

malditos moscos del demonio, te entiendo Natty, te entiendo snif snif

 
En martes, junio 21, 2005 12:04:00 a.m., Blogger El Autor. se expresa... ¡aaaasí!

Querida, los moscos reconocen la calidad, esa carne que tienes tan pegadita, estiradita y proporcionadita merece ser picada no una, ni dos, ni tres veces y lo sabes.

Por lo que veo aquí hay un patrón, recuerdo cuando sacaste a periodicasos a ¿Martín?, ¿Benjamín?, ni idea, uno de tus quesque amantes.

-El Autor.

PD: Piiican, piiican los mosquitos,

 
En martes, junio 21, 2005 10:58:00 a.m., Anonymous Anónimo se expresa... ¡aaaasí!

¡Ja, ja, ja! ¡Es cierto, ya no me acordaba! Fue Mario, Mai darlin'. Se lo merecía ese tarado infiel de porquería.

Piiican con gran disimulooooo!!!!

 

Déjame un comentario

<< ¡Vuelve a casa, Dorothy Gale!