Eh! Children get your culture
"Digo, mientras se le vean las nalgotas, no hay problema."
—El director creativo de la agencia de publicidad donde trabajo, hace tres minutos. Jo, jo, jo.
Haciendo un lado el agobio laboral, la soledad y depresión de la semana pasada y mi canita al aire alcoholizada durante las fiestas patrias –¡hip!–, el domingo ocurrió algo que no deja de dar vueltas en mi cabeza.
Ayer en la noche llegué a mi casa con dolor en mis piéseses, me aplasté en mi sillón aguadito amarillo y encendí la tele. Vi las noticias, pero no ponía atención. La apagué. Encendí mi estéreo y puse este espantoso pero simpático CD de reciente adquisición, A Reggae tribute to the Beatles Volume 2 –creo que acompañado de un cigarrillo especial debe de valer lo que me costó– y, aunque me hizo sonreír, no capturó mi atención más de veinte minutos. Creo que la combinación no es tan buena, sin embargo, me hizo querer escuchar a mis ídolos por separado. ¿John, George, Pau y Ringo, o el maestrazo Marley? "Mmm..." Opté por el cuarteto, que ya los tenía como polvorones. ¿Rockanroleros de trajecito? ¿Pachecos Lonely Hearts Club Band? "¡Pachecos, pus qué!"
"Picture yourself in a boat on a river…" Listo, ya tenía BGM. Pero aquella idea del domingo no salía de mi mente. ¿Que haría? ¿Poner el disco al revés? No, porque me después me daría miedo dormir solita. :(
"¡Biiiiillyyyyy Sheaaaars!" Pus me puse a lavar trastes y a cantar un ratón.
Pero, de pronto, empecé a tararear otra melodía…
Me fui a dormir. Pero mi insomnio y lo que traía en la cabeza no ayudaron nada. Como búho, a las tres de la mañana, escuché el teléfono. "¡Eso!" Contesté rápido. "Qué onda, Mara, ¿paso por mis juegos, no?" Hijo de puta. Pus ven, pues. Frankie, viejo y gran amigo, dueño esporádicamente de mi tolerancia, me prestó unos videojuegos que, por supuesto, ni toqué. Y los quería de vuelta. A las tres de la mañana. Llegó, preparé algo de café, se quedó a conversar un rato y, llegó el momento inevitable.
"Y ya no me dijiste qué te pareció la película."
Oh... en la madre... ¿qué podía contestar?
Ni dije nada; hice un gesto de conformidad y limpié la mesa.
Frankie se fue, prometiendo prestarme más juegos divertidos.
"El del tapete", le pedí. "Pero con tapete, wey."
"¡Cámara!"
Adiós, Frankie.
"¡Carajo, las cinco y media!" En una hora tenía que despertar para llegar puntual a la junta mafufa de las 8:30. "Ya valió madres otra vez", pensé.
Puse la alarma de relojito, porque extravié nuevamente mi celular (vaya coincidencia). Detesto como suena, porque parece chicharra del recreo y me trae malos recuerdos sobre exámenes extraordinarios de química y física. ¡Pinche Hormiga* de mierda, te detesto y te detestaré hasta que me muera y, ¿sabes qué? Voy a morir feliz porque no te volveré a ver nunca más!
Cerre los ojos y dormí. 49 minutos más tarde, sonó la chicharra. En mi sueño aparecieron varios celulares, en un cielo azul; ellos estaban afelpados, bien bonitos, y ordenaditos volando como los zapatitos rojos del mundo del cielo de Mario Bros. 3. Pero uno sonaba diferente y me molestaba, así que lo buscaba, flotando también, entre tanto celular pachón. "¿Dónde, dónde está? ¡Ah, ahí!" Y lo tomé y desperté al instante, con el reloj de chicharra en la mano. Ah... se veían bien bonitos los teléfonos. Pus ni modo, a trabajar.
Duchéme, vestíme, acicaléme y fui por mi jugo de naranja a la frutería de confianza; mientras esperaba, en el puesto de revistas vi una portada del Hombre Araña y, como soy bien fans, me la compré. Era Atomix. La hojeé y, después de leer, en una columna de opinión, el verbo "proveyendo", arranqué la cubierta y el resto lo tiré a la basura (ya recorté a Spidey y atavié mi cubículo con mi superhéroe favorito).
De camino al trabajo seguía pensando en lo del domingo.
¿Pues qué pasó el domingo, entonces?
Ah... fui al cantón del Frankie y me enseñó su más reciente adquisición. La película más esperada… por él. Final Fantasy VII Advent Children. Antes de la proyección casera me explicó cómo se había hecho de la edición de lujo, importada desde Japón (le salió en una megalana, pero había ahorrado para ello).
La vimos, acompañados de su hermana y unas palomitas hechas a la antigüita, con una máquina de palomitas que compró su mamá hace 18 años, en Denver (las amo).
La emoción de Frankie brotaba por cada poro de su cuerpo, mientras que yo me esforzaba por contener mis bostezos. Su hermana, de plano, se paró y se fue a hacer otra cosa.
Al terminar la función, Frankie tenía una lagrimita en el ojo y una sonrisota. "¡No mames, está poca madre!", dijo. Estaba tan feliz que decidí no arruinar su éxtasis, por lo que me limité a sonreír. No me preguntó mi opinión y me puso al tanto de los personajes –efectivamente, Final Fantasy VII pasó de noche y en patines en mi historial de entretenimiento electrónico adolescente–. No entendí ni madres, pero estaba tan contento que fingí interés.
Al final, me fui. Pero me fui anguistiada. "¿Por qué pagó cuatro mil pesos por esa madre?" Me deprimí. No tengo mucho qué criticar sobre la película, porque, para empezar, estaba en japonés y no entendí nada. Sólo la palabra "kasan", que es "madre". Ésa es básica, hasta yo me la sabía. Pero creo que aunque hubiera estado en el castellano más corriente, tampoco le hubiera entendido. Sólo vi que Cloud (¡Craudo!), el protagonista, y el resto de los acróbatas hacen sonrojar a Isaac Newton y su absurda Ley de la Gravedad; ah, y que el mismo héroe carece de glándulas sudoríparas y es capaz de participar en tres zafarranchos consecutivos sin jadear y encajar una espada en una pared de concreto cual cuchillo en Hot Cake. ¡Ah! Y el malo en el bosque tronando los dedos con ritmo y muchos niñitos atrás de él me recordó al video Bad de Michael Jackson, nada más que esto estuvo even worse.
Y me deprimí porque creo que estafaron a mi amigo. Digo, que la película me parezca espantosa no tiene que ver; cada quien tiene sus gustos y si a él le encantó, qué chido. Y si no le importó pagar tanto por eso, tampoco importa. Es más, qué bueno que la disfrutó. Pero, ¿cuatro mil pesos? Qué robo. Mejor se hubiera comprado un tinaco Rotoplas, pues a cada rato se queja del limo que a veces sale del grifo de su baño.
Qué abusivos, la neta. Por eso me caen gordos los publicistas. Son como Mandrake el Mago. Maestros en la magia crean una ilusión y en los consumidores causan confusión. Y tantos comerciales le lavaron el coco a mi amigo Frankie. Y yo trabajo en una agencia de publicidad. ¿No es razón suficiente para reflexionar sobre mi existencia, aunque sea un par de días?
Pero entiendo que muchos jugadores empedernidos desean ver Advent Children. Espero que no paguen cuatro mil pesos por ello. Creo que el precio justo sería de $55 pesos, en el Cinemex de Loreto. O $148 pesos por el DVD comprado, o $35 por el rentado. No más. Y, si quieren una película en verdad divertida, recomiendo Robocop. ¡Ah, ese clásico nunca envejecerá!